Cuando pensamos en basura, normalmente imaginamos bolsas negras acumuladas en un camión recolector o en un relleno sanitario. Sin embargo, el recorrido de los residuos comienza mucho más atrás: en nuestros hábitos de consumo. Cada producto que compramos tiene una vida útil limitada y tarde o temprano, termina convirtiéndose en un desecho. La forma en que producimos y consumimos nos lleva a ser parte del impacto de las basuras en nuestro planeta.
Los residuos mal gestionados generan lixiviados: líquidos contaminantes que se filtran en la tierra y arrastran metales como plomo y cadmio. Esto afecta la fertilidad de los suelos y en consecuencia, la seguridad alimentaria. En América Latina, la FAO estima que hasta el 25% de los suelos agrícolas muestra algún grado de contaminación por residuos.
Más de 8 millones de toneladas de plástico llegan a los océanos cada año (PNUMA). Ese plástico no desaparece: se fragmenta en microplásticos que terminan en peces, mariscos y sal de mesa. Hoy se calcula que cada persona ingiere en promedio 5 gramos de plástico a la semana, el equivalente a una tarjeta de crédito (WWF).
La quema de residuos y la descomposición en rellenos sanitarios libera metano, un gas de efecto invernadero con un poder de calentamiento 25 veces mayor al CO₂. Según el Global Methane Assessment (PNUMA, 2021), los residuos sólidos son responsables de alrededor del 18% de las emisiones de metano en el mundo.
Los impactos invisibles se sienten en la salud. La acumulación de basura en las calles y botaderos clandestinos es un caldo de cultivo para mosquitos y roedores que transmiten enfermedades. El Banco Mundial estima que los países de ingresos medios gastan entre el 0,5% y el 1% del PIB en atender los efectos sanitarios y ambientales de la mala gestión de residuos.
La basura también representa una oportunidad perdida. Menos del 20% de los residuos globales se reciclan, aunque hasta un 70% podría aprovecharse (ONU Medio Ambiente). Eso significa miles de millones de dólares en materiales —metales, plásticos, papel— que se entierran o se incineran en lugar de regresar a la economía bajo un modelo de Economía Circular.
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